Poemas míos en la Revista El Escarabajo
https://elescarabajo.com.sv/creacion/poesia/poemas-de-lya-ayala-arteaga/
LYA AYALA ARTEAGA
Estimadas lectoras y estimados lectores, comparto mi poemario Pieles del Mar.
Es de lectura libre. Espero lo disfruten.
https://drive.google.com/file/d/11ZzKercnMaw1fhCK-hbYdXzOAGtRnI23/view?usp=share_link
Las flores mueren en la madrugada
¿Quién ha tenido una verdad
más real que el rostro de una flor?
no quiero levantarme cada mañana
e ir al fuerte y defenderlo
soy una flor y la fe me tiene
tomada de las manos,
la fe me ha hecho
un agujero en los ojos
donde veo jardines
con arañas tejiendo.
La claridad alumbra los ojos
de los insectos y sus ruinas,
en al aire la claridad asoma
los rostros de las hojas
en la esquina de cada árbol
y de cada flor que habla.
Es un ciclo diminuto de vida,
el sol amanece y respira en el rostro,
la vida entiende todas las señales
que suben por el cuerpo de los árboles
y la quietud mueve en el viento a las hojas.
Del poemario "Los niños que no fueron a la guerra" (2019)
Liminar
Cuando escribo un poema,
el poema me ha convencido que debe ser inteligencia; entonces, ocurre
algo parecido al silencio.
Existe una imagen clara abriendo sus formas, formas de cosas que se nombran y acarician la mente.
Alguna vez reuní
piedras de muchas formas, todas con nombres específicos. Así escribí una sensación exacta como el cuerpo
habitado exactamente por una piedra. Y, ahora, a esta hora que es la única hora
posible, escribiré este libro lleno de formas con nombres de cosas. Cosas concretas como las piedras.
Mi historia, tu historia; la historia misma de la poesía, es de descarriados. Es un tótem de sabiduría de civilizaciones y primitivos misterios. Es siempre detrás de la luz que se ha escrito el amor y la muerte.
Si lees este libro y tus manos se desvanecen en la tibieza, reconoce la vida y la muerte con asombro.
Quizá tengas una llave entre tus dedos o una sencilla llave tallada o quizá no tengas nada. También en mí puede que no haya nada a medida que nombro las cosas.
No voy a engañarte, escribiré sobre el olvido y la soledad. No voy a recoger el sonido, ni los señuelos de otros. Seré yo misma y entre nosotros serás tú la puerta o una ventana o una casa y la casa será una montaña y esa montaña un ojo.
Este libro habla de los hombres y las mujeres y las cosas y los animales. Este libro nombra la historia de la quietud del cuerpo.
La sed del mar
Llévame al mar
moriré en pocos días.
El deseo del hombre
es mínima tristeza
cuando vivía cerca de las rocas
nunca supe que lloraban
estaban tibias y entendían el rumor
sé que lloraban porque en mi garganta
escuchaba el sonido del agua.
Llévame cerca del mar
estoy viejo
he recorrido la arena mil años
he sentido en otros cuerpos
el dolor de mi cuerpo
es solo mío y eso hace mi dolor
el único del mundo.
(La lluvia es una ventana, 2020)
Fotografía: Lya Ayala Arteaga.
Cualquier puerta
en silencio la llave abre suave cualquier puerta
solo en silencio
existe la posible causa
y el origen
donde abre los
ojos el recién nacido
donde caben los
movimientos involuntarios
y la
espontaneidad del polvo
en silencio
repica el agua en el dorso del cuerpo
abriendo paso a
las mutilaciones del olvido
donde recogen
tibios el pasado y el presente
un trozo de
esquina
es en el silencio
donde somos más libres
menos
escandalosos de uno y el otro
quizá en esa
partitura
habita la refrescante ausencia
el tintineo de
estar quieto
sin hacer nada
el silencio sana el grito detrás del hombro
y la perpetua necesidad humana
por ahuecarse en el sonido.
Fotografía: Lya Ayala Arteaga.
Cuadro moderno
Sí. Es cierto. He cambiado mis libros por la comodidad de mirar por la ventana,
pero es mucho más que la simplicidad de las cosas que deambulan entre el escritorio
la cama y la cocina.
Posiblemente, ahora, no entiendas, la compleja situación de una mujer de cuarenta años
remontando la escasez y la ternura.
Está bien que me juzgues, ni pierdo nada ni ganas nada. Mi silueta robusta cerca del fuego
y la comodidad de cualquier cosa. O casi.
Mis ojos aman las circunstancias de las cosas, la perpleja transparencia de la comida
sobre el mantel y los platos. Sí, es la pequeñez de la humanidad, pero.
A veces, deberías quedarte quieto muy quieto frente a la ventana abierta de una casa,
de un hogar tibiamente decorado con personas que se miran y sonríen.
Ese cuadro moderno, circular e iracundo parece sentir la ausencia
de los libros. Esta bien, no hace daño a nadie. Un libro mío no hace falta.
No reclames de mí la penuria de existir y sufrir el sufrimiento del artista.
Por mi parte, suspiro levemente, estiro las piernas y observo la quietud de la lluvia.
Los fantasmas detrás del agua también sufren. Y yo sufro con ellos.
Eso también es un libro.
Fotografía: Lya Ayala Arteaga.
Culpa
podría ser la
necesidad de sobreponerse a la propia vida;
porque el poema es
otra vida en sí mismo, el poema es un yo.
Pero limpio los
azulejos del baño y el poema surge en su estructura
completo y absoluto, recorre su esqueleto naciendo, es un ser vivo.
Hace diez años
cuidaba un hombre y no escribía porque la vida,
hace diez años crecía el hijo amado y debía cuidarlo con ternura,
sin miedos
sin arrastrar su vida, esa de la niña que fui cuando el padre se va
y la madre se queda,
esa niña que aprende del abandono la forma del amor.
Luego la edad y los libros se esconden, la mente está al borde
sin poder vaciarse
todas las vidas de
los poemas se acongojan, estrujados y vibrantes,
viviendo adentro de
una, ahogados.
Llegar a los cuarenta
sin más remedio que lavar los platos, cuidar a otros
cuidar siempre,
saberse salvadora, mientras la propia vida vive sola a lo lejos.
En perspectiva, en encrucijada, y el hijo es hombre también,
por fin es hombre también,
y una se pone gruesa de cintura,
ya no es la percha, ni un animal salvaje que se vende y se compra,
el valor disminuye
el gusto de los hombres exige y reclama la eterna belleza,
pero son hijos del abandono,
seres incompletos, deconstruidos en partes infinitas,
a la espera de la salvación y el cuido, de otra madre
y otro padre que sane el abandono,
esa forma de amor cruel y sangrienta que enseñan los padres
y las madres a los
hijos.
De pronto, la culpa llega, la culpa de abandonar para escribir,
la culpa
de trabajar para comer una y el hijo, la culpa completa que baña el cuerpo,
culpa por amar el silencio y sus consecuencias.
Entonces, como si una puerta se abriera en ultratumba se entiende
y se ama más la vida del libro que la propia vida,
porque no existe distancia entre las palpitaciones de esos seres
que nacen en las palabras,
moviéndose como aves adentro de la boca
quieren salir y una sigue limpiando y cocinando y trabajando porque la vida.
Ahora son los
cuarenta, se avanza sigilosamente como quien nada pierde ni nada gana
son las palabras, los
poemas, los libros, naciendo desde ellos mismos,
nutriéndose del olvido y la rabia.
Una mira a la gente afuera y sonríe o llora y finge que importa,
pero no importa;
importan los libros
que no se escriben, rasgando las paredes del cuerpo
y dejando grietas como huellas.
Resplandores
no he tenido ni un momento para sentarme a escribir
adentro de mí en la hondura donde los resplandores
siguen vivos
las palabras se agolpan para decirme cosas
observo la casa y sus detalles
el aire sobre las cosas que observo
la sensación extrema y cálida del trabajo diario
el descanso y la inminencia del dolor y su angustia.
no logro escribir nada, me escabullo hasta el
escritorio
y salta una tarea y otra tarea y la sensación
de las palabras
me persigue por todos lados
turbando la proximidad de las cosas y la lejanía
que se acerca.
no tengo tiempo para escribir, pero no importa
porque las
palabras
se ajustan a la
memoria y cavan túneles donde aguardan
como topos o conejos olorosos a tierra la salida del sol
aquí hace frío por la noche,
no puedo escribir porque trabajo
porque aguardan tibias
encima del escritorio
las palabras.