domingo, 6 de noviembre de 2022

viernes, 29 de julio de 2022


 Las flores mueren en la madrugada


¿Quién ha tenido una verdad

más real que el rostro de una flor?

no quiero levantarme cada mañana

e ir al fuerte y defenderlo

soy una flor y la fe me tiene

tomada de las manos,

la fe me ha hecho

un agujero en los ojos

donde veo jardines

con arañas tejiendo.


La claridad alumbra los ojos

de los insectos y sus ruinas,

en al aire la claridad asoma

los rostros de las hojas

en la esquina de cada árbol

y de cada flor que habla.


Es un ciclo diminuto de vida,

el sol amanece y respira en el rostro,

la vida entiende todas las señales

que suben por el cuerpo de los árboles

y la quietud mueve en el viento a las hojas.


Del poemario "Los niños que no fueron a la guerra" (2019)


sábado, 16 de julio de 2022



  Liminar

Cuando escribo un poema, el poema me ha convencido que debe ser inteligencia; entonces, ocurre algo parecido al silencio.

Existe una imagen clara abriendo sus formas, formas de cosas que se nombran y acarician  la mente.

Alguna vez reuní piedras de muchas formas, todas con nombres específicos. Así  escribí una sensación exacta como el cuerpo habitado exactamente por una piedra. Y, ahora, a esta hora que es la única hora posible, escribiré este libro lleno de formas con nombres de cosas. Cosas concretas como las piedras.

Mi historia, tu historia; la historia misma de la poesía, es de descarriados. Es un tótem de sabiduría de civilizaciones y primitivos misterios. Es siempre detrás de la luz que se ha escrito el amor y la muerte.

Si lees este libro y tus manos se desvanecen en la tibieza, reconoce la vida y la muerte con asombro.

Quizá tengas una llave entre tus dedos o una sencilla llave tallada o quizá no tengas nada. También en mí puede que no haya nada a medida que nombro las cosas.

No voy a engañarte, escribiré sobre el olvido y la soledad. No voy a recoger el sonido, ni los señuelos de otros. Seré yo misma y entre nosotros serás tú la puerta o una ventana o una casa y la casa será una montaña y esa montaña un ojo.

Este libro habla de los hombres y las mujeres y las cosas y los animales. Este libro nombra la historia de la quietud del cuerpo.

jueves, 30 de junio de 2022




Fotografía: Lya Ayala Arteaga



La sed del mar

 

Llévame al mar

moriré en pocos días.

 

El deseo del hombre

es mínima tristeza

cuando vivía cerca de las rocas

nunca supe que lloraban

estaban tibias y entendían el rumor

sé que lloraban porque en mi garganta

escuchaba el sonido del agua.

 

Llévame cerca del mar

estoy viejo

he recorrido la arena mil años

he sentido en otros cuerpos

el dolor de mi cuerpo

es solo mío y eso hace mi dolor

el único del mundo.


(La lluvia es una ventana, 2020)


miércoles, 29 de junio de 2022

miércoles, 22 de junio de 2022

 

                                                        Fotografía: Lya Ayala Arteaga.



Cualquier puerta


en silencio la llave abre suave cualquier puerta

solo en silencio existe la posible causa

y el origen

donde abre los ojos el recién nacido

donde caben los movimientos involuntarios

y la espontaneidad del polvo 

en silencio repica el agua en el dorso del cuerpo

abriendo paso a las mutilaciones del olvido

donde recogen tibios el pasado y el presente

un trozo de esquina en la mirada

es en el silencio donde somos más libres

menos escandalosos de uno y el otro

quizá en esa partitura

habita la refrescante ausencia

el tintineo de estar quieto

sin hacer nada

el silencio sana el grito detrás del hombro

y la perpetua necesidad humana 

por ahuecarse en el sonido.

martes, 24 de mayo de 2022

 

                                                    Fotografía: Lya Ayala Arteaga.




Cuadro moderno


Sí. Es cierto. He cambiado mis libros por la comodidad de mirar por la ventana,

pero es mucho más que la simplicidad de las cosas que deambulan entre el escritorio 

la cama y la cocina.

Posiblemente, ahora, no entiendas, la compleja situación de una mujer de cuarenta años 

remontando la escasez y la ternura.

Está bien que me juzgues, ni pierdo nada ni ganas nada. Mi silueta robusta cerca del fuego 

y la comodidad de cualquier cosa. O casi.

Mis ojos aman las circunstancias de las cosas, la perpleja transparencia de la comida 

sobre el mantel y los platos. Sí, es la pequeñez de la humanidad, pero.

A veces, deberías quedarte quieto muy quieto frente a la ventana abierta de una casa,

de un hogar tibiamente decorado con personas que se miran y sonríen.

Ese cuadro moderno, circular e iracundo parece sentir la ausencia

de los libros. Esta bien, no hace daño a nadie. Un libro mío no hace falta.

No reclames de mí la penuria de existir y sufrir el sufrimiento del artista.

Por mi parte, suspiro levemente, estiro las piernas y observo la quietud de la lluvia.

Los fantasmas detrás del agua también sufren. Y yo sufro con ellos. 

Eso también es un libro.



domingo, 13 de febrero de 2022

 

 

 

                                                    Fotografía: Lya Ayala Arteaga.

 


Culpa

De pronto  la necesidad de la forma en la que un poema llega,

podría ser la necesidad de sobreponerse a la propia vida;

porque el poema es otra vida en sí mismo, el poema es un yo.

Pero limpio los azulejos del baño y el poema surge en su estructura

completo y absoluto, recorre su esqueleto naciendo, es un ser vivo.

Hace diez años cuidaba un hombre y no escribía porque la vida,

hace diez años crecía el hijo amado y debía cuidarlo con ternura, 

sin miedos

sin arrastrar su vida, esa de la niña que fui cuando el padre se va 

y la madre se queda,

esa niña que aprende del abandono la forma del amor.

Luego la edad y los libros se esconden, la mente está al borde

sin poder vaciarse

todas las vidas de los poemas se acongojan, estrujados y vibrantes,

viviendo adentro de una, ahogados.

Llegar a los cuarenta sin más remedio que lavar los platos, cuidar a otros

cuidar siempre, saberse salvadora, mientras la propia vida vive sola a lo lejos.

En perspectiva, en encrucijada, y el hijo es hombre también, 

por fin es hombre también,

y una se pone gruesa de cintura,

ya no es la percha, ni un animal salvaje que se vende y se compra, 

el valor disminuye

el gusto de los hombres exige y reclama la eterna belleza, 

pero son hijos del abandono, 

seres incompletos, deconstruidos en partes infinitas,

a la espera de la salvación y el cuido, de otra madre 

y otro padre que sane el abandono, 

esa forma de amor cruel y sangrienta que enseñan los padres 

y las madres a los hijos.

De pronto,  la culpa llega, la culpa de abandonar para escribir, 

la culpa

de trabajar para comer una y el hijo, la culpa completa que baña el cuerpo, 

 culpa por amar el silencio y sus consecuencias.

Entonces, como si una puerta se abriera en ultratumba se entiende

 y se ama más la vida del libro que la propia vida,

porque no existe distancia entre las palpitaciones de esos seres

que nacen en las palabras, 

moviéndose como aves adentro de la boca

quieren salir y una sigue limpiando y cocinando y trabajando porque la vida.

Ahora son los cuarenta, se avanza sigilosamente como quien nada pierde ni nada gana

son las palabras, los poemas, los libros, naciendo desde ellos mismos,

nutriéndose del olvido y la rabia.

Una mira a la gente afuera y sonríe o llora y finge que importa, 

pero no importa;

importan los libros que no se escriben, rasgando las paredes del cuerpo

y dejando grietas como huellas.

martes, 23 de noviembre de 2021

 

Resplandores

 

no he tenido ni un momento para sentarme a escribir

adentro de mí en la hondura donde los resplandores

siguen vivos

las palabras se agolpan para decirme cosas

observo la casa y sus detalles

el aire sobre las cosas que observo

la sensación extrema y cálida del trabajo diario

el descanso y la inminencia del dolor y su angustia.

 

no logro escribir nada, me escabullo hasta el escritorio

y salta una tarea y otra tarea y la sensación 

de las palabras

me persigue por todos lados

turbando la proximidad de las cosas y la lejanía

que se acerca.

 

no tengo tiempo para escribir, pero no importa

porque las palabras

se ajustan a la memoria y cavan túneles donde aguardan

como topos o conejos olorosos a tierra la salida del sol

 

aquí hace frío por la noche,

no puedo escribir porque trabajo

porque aguardan tibias

encima del escritorio

las palabras.