El origen de una nación
«Tigre, tigre, que te enciendes en luz,
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
osó idear tu terrible simetría?»
William Blake
«Después vendrían otros tigres,
el tigre de fuego de Blake;
después vendrían otros oros,
el metal amoroso que era Zeus,
el anillo que cada nueve noches *
engendra nueve anillos y éstos, nueve,
y no hay un fin.»
Jorge Luis Borges
Recordaba esta mañana a Borges
mientras se desmoronaba un edificio en Bangkok.
Lo miraba con tanta claridad por la pantalla del celular
detenía el vídeo y recordaba a Borges decir
que el tigre más devastador era de oro
pero el origen fue Blake quien lo habría visto primero,
terriblemente reflejado en la creación de alguien o algo.
Blake preguntaba una y otra vez sobre su origen.
El origen es singular, el principio se hila lentamente
mirando hacia todos lados y escogiendo
dubitativamente los detalles menores
y las circunstancias mayores del artefacto creado.
Regreso el video y pienso en ese hermoso edificio
que tomó siglos, muchos siglos construirlo,
el origen se remontaba hasta las grietas de las rocas
que seguramente picoteaban los seres humanos
con sus uñas
El derrumbe del edificio ocurría lentamente
o tan rápidamente como quisiera verlo en la pantalla brillante.
He pensado muchas veces, más de las que quisiera,
en el origen de una nación
a solas, barajando el efecto de mi humanidad moderna,
de la soledad absoluta de los ojos,
de la necesidad de aislar el deseo para mí misma.
Lo actual es un sonido lejano, no se sabe qué es,
pero quiere decir algo, algo que no logro identificar.
Mi origen no lo sé, quisiera pensar que es una imagen
y semejanza del tigre de Borges que lo deja ciego o del tigre
de Blake a quién jamás le respondió nada.
El origen de una nación quizá deba ser como el sol
siempre al oeste, detenido, instantáneo, perfecto.
Una nación incierta porque si tomo de aquí y de allá
esos retazos de historias del pasado tendrán cosas que resiento,
los agujeros que hay entre los árboles, por ejemplo,
esos que dejan entrar el sol que no puedo contener,
aunque haya dejado detenido el ocaso.
El origen es inevitable que se desvanezca
e inevitable que se quede
como el silencio después del estruendo de la caída del edificio en Bangkok
aunque debajo en el fondo los muertos duerman sobre las ruinas
como al inicio cuando escarbaban con sus uñas un hueco en las piedras.
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