martes, 23 de noviembre de 2021

 

Resplandores

 

no he tenido ni un momento para sentarme a escribir

adentro de mí en la hondura donde los resplandores

siguen vivos

las palabras se agolpan para decirme cosas

observo la casa y sus detalles

el aire sobre las cosas que observo

la sensación extrema y cálida del trabajo diario

el descanso y la inminencia del dolor y su angustia.

 

no logro escribir nada, me escabullo hasta el escritorio

y salta una tarea y otra tarea y la sensación 

de las palabras

me persigue por todos lados

turbando la proximidad de las cosas y la lejanía

que se acerca.

 

no tengo tiempo para escribir, pero no importa

porque las palabras

se ajustan a la memoria y cavan túneles donde aguardan

como topos o conejos olorosos a tierra la salida del sol

 

aquí hace frío por la noche,

no puedo escribir porque trabajo

porque aguardan tibias

encima del escritorio

las palabras.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

 

                          El hijo

 

«Contar la historia de sus días y sus noches

obligaba a borrar otras fronteras»

Jacques Rancière

 

En la quietud del rostro del hijo se perfila cálido

el reflejo de mis padres y mis abuelos

y mi historia que no será la historia de mi hijo

se desprende de mi rostro levemente.

 

Mi hijo de piel clara y cuello alto, me mira

con la individualidad más triste que una madre

puede aspirar a encontrar en el hijo

la libertad de saber que la memoria

tiene raíces en todos lados.

 

El hijo piensa en los impuestos que pagará

en su adultez, en la semejanza de su madre

con un objeto en reposo, madre que dormita

suavemente como hoja revoloteando

en el polvo de la acera.

 

En la quietud del asombro donde el hijo

se convierte en padre, en amigo, en hombre

en desconocido que gravita en los ojos de la madre

sin agradecimiento y sin odio.

 

El hijo con manos fuertes desliza su brazo

en el hombro de la madry camina

jugando con la sombra de los pasos de ella.

 

Y la sombra extendida entre ambos, reposa.

sombras tejidas de vivencias y desengaños.

La madre y el hijo se abrazan y desabrazan

inclinados uno en el otro sin temor

ni angustia ni reclamo.

 

En la quietud de quien crea y ha sido creado.

El hijo y la madre se alejan

reposados en la despedida del amor

sin sobornos sin lágrimas

como quien jamás se despide

como quien jamás se queda.

miércoles, 20 de octubre de 2021

 


la poesía de las cosas*

por qué perseguir la memoria,

seguirla en los caminos más angostos y más anchos

darle vuelta a las calles donde busca resguardarse

de las inclemencias del tiempo

la memoria que se resbala de los ojos para encontrarse con los rostros

 y las manos

donde alguna vez habitó con las palabras y los gestos y la anchura

 de la vida

donde todos caminan y caminaron juntos

la memoria que precisa de los símbolos y las señales de mujeres

y hombres

a veces diluidos enteros fragmentados en pedazos

sombra que es sombra o desvelo

por qué amar la memoria, seguirla en las fotografías

de los que perdimos

en búsqueda de un lugar un sitio en forma de casa o calle

memoria que es siempre forma de algo o alguien

memoria que es siempre puñalada o aire


*Ediciones SIC, 2021

miércoles, 1 de septiembre de 2021

 

Era una generación


era esta una generación sutil, era
porque detrás de todo empeño por salir de la guerra y la maraña
quedó detenida en la puerta, mirando pasar el tiempo
era una generación menos obtusa, pero tirana de sí misma
con la incertidumbre de una voz que se quedaba detenida en la garganta
era una generación que debía entender la inteligencia de la historia
y el costo de la sangre y el peso del silencio
era y se quedó mirando por la puerta las canas y las borracheras
era y no pudo con la espalda rota o la presunción de libertad
que jamás conoció
ahora, otra generación, otra puerta, otra incertidumbre
duele la patria, duele la tierra, el olor de la muerte que emana
duele en la hondura del miedo, en la letanía de la espera
duele lentamente, muerte de sangre y dolor de sangre
era esta generación la salvadora de la eterna espera
del crecimiento económico y la tecnología y la educación y el arte
era y los ojos se abren
despavoridos y callados, ojos enmudecidos mirando un horizonte
estrecho y polvoriento
duele morir esperando, miedo de nuevo, la boca cerrada
la duda, la sospecha, la crueldad, el desamparo, la pobreza
por si acaso me retiran, por si acaso sin trabajo, por si acaso la fe
por si acaso el poder, por si acaso la ignorancia, por si acaso la bala,
por si acaso la cuchillada
por si acaso el hambre, por si acaso la vida misma
dueles paisito de puertas cerradas, dueles en la incertidumbre del pasado
en la perversidad del porvenir
no sirves ni viejo ni joven, no sirves en los recuerdos de fotografías grises
la plaza, la guerra, la paz, la desdicha, el hambre, el silencio
el eterno silencio, por Dios, ese silencio en el hueco de la garganta,
por si acaso me muero, por si acaso.

jueves, 10 de junio de 2021

 La poeta prescindible

*
Escribí la poesía de los objetos, una tarde, como siempre en silencio
porque entendí muy pronto en aquella juventud que otorga la duda
que los objetos guardan el espíritu de los hombres y las mujeres,
por eso fue inexcusable que fuera otra cosa y no esta cosa que escribe
esta poesía mía y absoluta, mía por elección y convicción.
Tuve esa tarde acurrucada en la falda contemplando la claridad
de mi propia alma, entendiendo que para la poesía el vacío
es el medio y es el fin, luego de tantos años los objetos
siguen poblando los nombres de mi poesía, objetos propios
impredecibles, pero continuos.
Nunca estuvo en mí más que la señal ciertísima de nombrar
lo que mis ojos han mirado, para qué, entonces, otro ruido.
**
Veinte años después de tanta escritura
tanto libro que nadie ha leído, tanto libro sin tapa,
tanto libro que a nadie importa
la simpleza sigue siendo la talla que mi alma busca
en el acogedor lugar de los objetos donde veo
con razón y alegría la vida. Añoro la limpidez de los objetos,
la belleza de los pisos limpios y las sábanas olorosas,
amo incansablemente los platos, las tazas y los vasos cristalinos,
la luz que resbala por las cortinas largas y alisadas
por el resplandor de las paredes blancas o verdes.
Adoré siempre las formas de las casas y los enseres
que las habitan, nunca fui de nada ni de nadie
que me dijera que aquello era la poesía o esto es la poesía,
para mí la poesía fueron siempre los objetos.
Por eso nunca fui de aquellos o estos, de los amigos
o los enemigos, de los intelectuales, los nihilistas, los bohemios
los feministas, los genios, los arribistas. Ninguno tiene el misterio del objeto.
Por eso jamás discutí nada ni quise entender nada que no fuera
la belleza de una lámpara o la nitidez de una preciosa escalinata.
Nunca tuve más que a las palabras, solo las necesitaba a ellas;
para qué fundar una postura que luego se debilita por la sed
o por el hambre, siempre amé los objetos que se compran con dinero, se crean con las manos, se encuentran en las antigüedades. Para qué convencer a lo contrario,
para qué envanecerse si eres joven o viejo o anciano.
Los objetos permanecen, mientras nosotros cavamos las tumbas.

***
No fui amiga de nadie que hablara por mí a otro que
hablara por mí para estar y existir en la rampa de la poesía.
Nunca sonreí ni grite a nadie porque me era insuficiente e ingrato
con la poesía. De qué servía o de qué sirve ahora. Pasa como el río,
pasan las voces y las miradas, pasan las glorias y la vanidad.
Toda la vacuidad de la poesía de este país es una sombra clara
triste y desvalida, escondiéndose en las paredes de una ciudad sucia
y desgastada. En cambio, amo las losas de la calle y las ventanas antiguas
de esos lugares que nadie menciona, porque no tienen alma.
De qué me serviría mentir si me aburre la discusión de la poesía joven,
joven, siempre cumpliendo cincuenta, joven y eterna porque jamás dejan
que madure. De qué vale la arrogancia de clasificar a los poetas
que vienen y van comiéndose como larvas y nunca más dicen nada.
De qué vale la palabra mil veces dicha una y otra vez si no dice nada.
De qué vale el odio y la envidia de unos a otros, si nunca seremos bellos objetos
imprescindibles, sino humanos leves, viejos y destartalados.

****
He amado las flores también, el aire, el agua y la brisa; todos objetos
caminantes que susurran en mi oído la poca importancia que tiene mi poesía
frente a la inagotable belleza de su ternura. Y, sin embargo, que precioso
regalo haber nacido para aprender un lenguaje y mirar el espíritu de las cosas.