El hijo
«Contar la historia de sus días y sus noches
obligaba a borrar otras fronteras»
Jacques Rancière
En la quietud del rostro del hijo se
perfila cálido
el reflejo de mis padres y mis abuelos
y mi historia que no será la historia de
mi hijo
se desprende de mi rostro levemente.
Mi hijo de piel clara y cuello alto, me
mira
con la individualidad más triste que una
madre
puede aspirar a encontrar en el hijo
la libertad de saber que la memoria
tiene raíces en todos lados.
El hijo piensa en los impuestos que pagará
en su adultez, en la semejanza de su madre
con un objeto en reposo, madre que
dormita
suavemente como hoja revoloteando
en el polvo de la acera.
En la quietud del asombro donde el hijo
se convierte en padre, en amigo,
en hombre
en desconocido que gravita en los ojos
de la madre
sin agradecimiento y sin odio.
El hijo con manos fuertes desliza su brazo
en el hombro de la madre y camina
jugando con la sombra de los pasos de ella.
Y la sombra extendida entre ambos, reposa.
sombras tejidas de vivencias y desengaños.
La madre y el hijo se abrazan y desabrazan
inclinados uno en el otro sin temor
ni angustia ni reclamo.
En la quietud de quien crea y ha sido
creado.
El hijo y la madre se alejan
reposados en la despedida del amor
sin sobornos sin lágrimas
como quien jamás se despide
como quien jamás se queda.
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