jueves, 10 de junio de 2021

 La poeta prescindible

*
Escribí la poesía de los objetos, una tarde, como siempre en silencio
porque entendí muy pronto en aquella juventud que otorga la duda
que los objetos guardan el espíritu de los hombres y las mujeres,
por eso fue inexcusable que fuera otra cosa y no esta cosa que escribe
esta poesía mía y absoluta, mía por elección y convicción.
Tuve esa tarde acurrucada en la falda contemplando la claridad
de mi propia alma, entendiendo que para la poesía el vacío
es el medio y es el fin, luego de tantos años los objetos
siguen poblando los nombres de mi poesía, objetos propios
impredecibles, pero continuos.
Nunca estuvo en mí más que la señal ciertísima de nombrar
lo que mis ojos han mirado, para qué, entonces, otro ruido.
**
Veinte años después de tanta escritura
tanto libro que nadie ha leído, tanto libro sin tapa,
tanto libro que a nadie importa
la simpleza sigue siendo la talla que mi alma busca
en el acogedor lugar de los objetos donde veo
con razón y alegría la vida. Añoro la limpidez de los objetos,
la belleza de los pisos limpios y las sábanas olorosas,
amo incansablemente los platos, las tazas y los vasos cristalinos,
la luz que resbala por las cortinas largas y alisadas
por el resplandor de las paredes blancas o verdes.
Adoré siempre las formas de las casas y los enseres
que las habitan, nunca fui de nada ni de nadie
que me dijera que aquello era la poesía o esto es la poesía,
para mí la poesía fueron siempre los objetos.
Por eso nunca fui de aquellos o estos, de los amigos
o los enemigos, de los intelectuales, los nihilistas, los bohemios
los feministas, los genios, los arribistas. Ninguno tiene el misterio del objeto.
Por eso jamás discutí nada ni quise entender nada que no fuera
la belleza de una lámpara o la nitidez de una preciosa escalinata.
Nunca tuve más que a las palabras, solo las necesitaba a ellas;
para qué fundar una postura que luego se debilita por la sed
o por el hambre, siempre amé los objetos que se compran con dinero, se crean con las manos, se encuentran en las antigüedades. Para qué convencer a lo contrario,
para qué envanecerse si eres joven o viejo o anciano.
Los objetos permanecen, mientras nosotros cavamos las tumbas.

***
No fui amiga de nadie que hablara por mí a otro que
hablara por mí para estar y existir en la rampa de la poesía.
Nunca sonreí ni grite a nadie porque me era insuficiente e ingrato
con la poesía. De qué servía o de qué sirve ahora. Pasa como el río,
pasan las voces y las miradas, pasan las glorias y la vanidad.
Toda la vacuidad de la poesía de este país es una sombra clara
triste y desvalida, escondiéndose en las paredes de una ciudad sucia
y desgastada. En cambio, amo las losas de la calle y las ventanas antiguas
de esos lugares que nadie menciona, porque no tienen alma.
De qué me serviría mentir si me aburre la discusión de la poesía joven,
joven, siempre cumpliendo cincuenta, joven y eterna porque jamás dejan
que madure. De qué vale la arrogancia de clasificar a los poetas
que vienen y van comiéndose como larvas y nunca más dicen nada.
De qué vale la palabra mil veces dicha una y otra vez si no dice nada.
De qué vale el odio y la envidia de unos a otros, si nunca seremos bellos objetos
imprescindibles, sino humanos leves, viejos y destartalados.

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He amado las flores también, el aire, el agua y la brisa; todos objetos
caminantes que susurran en mi oído la poca importancia que tiene mi poesía
frente a la inagotable belleza de su ternura. Y, sin embargo, que precioso
regalo haber nacido para aprender un lenguaje y mirar el espíritu de las cosas.