domingo, 13 de febrero de 2022

 

 

 

                                                    Fotografía: Lya Ayala Arteaga.

 


Culpa

De pronto  la necesidad de la forma en la que un poema llega,

podría ser la necesidad de sobreponerse a la propia vida;

porque el poema es otra vida en sí mismo, el poema es un yo.

Pero limpio los azulejos del baño y el poema surge en su estructura

completo y absoluto, recorre su esqueleto naciendo, es un ser vivo.

Hace diez años cuidaba un hombre y no escribía porque la vida,

hace diez años crecía el hijo amado y debía cuidarlo con ternura, 

sin miedos

sin arrastrar su vida, esa de la niña que fui cuando el padre se va 

y la madre se queda,

esa niña que aprende del abandono la forma del amor.

Luego la edad y los libros se esconden, la mente está al borde

sin poder vaciarse

todas las vidas de los poemas se acongojan, estrujados y vibrantes,

viviendo adentro de una, ahogados.

Llegar a los cuarenta sin más remedio que lavar los platos, cuidar a otros

cuidar siempre, saberse salvadora, mientras la propia vida vive sola a lo lejos.

En perspectiva, en encrucijada, y el hijo es hombre también, 

por fin es hombre también,

y una se pone gruesa de cintura,

ya no es la percha, ni un animal salvaje que se vende y se compra, 

el valor disminuye

el gusto de los hombres exige y reclama la eterna belleza, 

pero son hijos del abandono, 

seres incompletos, deconstruidos en partes infinitas,

a la espera de la salvación y el cuido, de otra madre 

y otro padre que sane el abandono, 

esa forma de amor cruel y sangrienta que enseñan los padres 

y las madres a los hijos.

De pronto,  la culpa llega, la culpa de abandonar para escribir, 

la culpa

de trabajar para comer una y el hijo, la culpa completa que baña el cuerpo, 

 culpa por amar el silencio y sus consecuencias.

Entonces, como si una puerta se abriera en ultratumba se entiende

 y se ama más la vida del libro que la propia vida,

porque no existe distancia entre las palpitaciones de esos seres

que nacen en las palabras, 

moviéndose como aves adentro de la boca

quieren salir y una sigue limpiando y cocinando y trabajando porque la vida.

Ahora son los cuarenta, se avanza sigilosamente como quien nada pierde ni nada gana

son las palabras, los poemas, los libros, naciendo desde ellos mismos,

nutriéndose del olvido y la rabia.

Una mira a la gente afuera y sonríe o llora y finge que importa, 

pero no importa;

importan los libros que no se escriben, rasgando las paredes del cuerpo

y dejando grietas como huellas.

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