Pan y libros

 

Hacer pan y pasteles me invita a reflexionar el valor que tiene para mí escribir. Tengo siempre la necesidad de hacer con las manos alguna cosa no solo sentarme a hacer algo con las ideas. Esa combinación de haceres me conflictúa mucho. Por eso, en ocasiones, lamento haber nacido y vivir en un lugar donde el hacer con el cuerpo tiene una relevancia casi neurótica en la gente, cuando se trabaja en cualquier área el jefe o quien cuida el proceso de trabajo necesita ver que el cuerpo realiza el hacer no importa si el hacer con las ideas se vuelve mecánico o nulo. Esa dinámica es espeluznante. 

Hacer pan y pastelería me invita a reflexionar, es así que los dos haceres me llenan de confianza en las decisiones tomadas, porque lo más difícil es vivir como se quiere vivir y a mí hacer pan me resulta un acto de creación casi perfecto. El casi es porque necesito cosas para hacer pan y pasteles y, por lo tanto, necesito dinero. El dinero es esa cosa imprescindible para vivir; esa cosa por la que no hacemos lo que nos gusta, sino lo que permite sobrevivir, y esa palabra consume los probables sesenta u ochenta años que viviremos. Y, ochenta años, es poco tiempo para hacer pan y pasteles y escribir, por eso me rehúso a ser sobreviviente a creer que está bien vivir a medias a asumir que para escribir debo comer un día sí y otro no; escribir y hacer pan y pasteles, deberían estar en el mismo nivel de satisfacción de vida. 

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