El oficio de escribir al margen
El año pasado fue uno de los mejores años para mí: logré sentarme a escribir con la conciencia de saberme una escritora profesional. La reflexión parece fácil, pero toma mucho valor de sí mismo y un enfrentamiento rudo con la realidad, porque la primera aceptación sobre las preguntas: para qué sirve ser escritor, qué recursos se ganan para vivir o si es útil para algo o alguien, deja de rondar en la cabeza cuando se tiene claridad en las respuestas.
A pesar de mi convencimiento acerca de mi labor como escritora, esas preguntas me causaban mucha preocupación hace veinte años y puesto que las condiciones no estaban, ni están dadas para ser un escritor, decidí guardar silencio. Es posible que mi personalidad más propensa a quedarme callada cuando algo no me resulta importante o alejarme cuando me quita energía o no me interesa, sea en parte la causa de la ausencia de mi trabajo literario en el ambiente público presencial o digital. Está claro que he debido trabajar muy, muy duro para cumplir con todas las responsabilidades adquiridas en mi vida; además, porque la evidencia me ha mostrado que el escritor trabaja el doble que un profesional no escritor, para lograr su única meta final: alcanzar la mayor cantidad posible de lectores.
Por eso, orillar el trabajo hacia las tareas de escritura no literaria como editar, corregir, escritura fantasma, escritura técnica, y todo lo relacionado con las palabras, ha sido mi larga y tortuosa rutina hacia la escritura literaria. Tampoco creo que la queja sea una vía de escape, pero sí la reflexión abierta para señalar que la ausencia de un mercado editorial y un marketing editorial pesa sobre el consumo del libro. Y, por lo tanto, pesa sobre la decisión del escritor sobre su labor y su producción.
Esto no es nada nuevo ni aquí ni en otras partes del mundo; sin embargo, las condiciones para generar interés y motivar lectores para el consumo sí son precarias en este país. Lamento mucho el casi nulo interés en el consumo de literatura de ficción y, sobre todo, de poesía. Lamento que el concepto de ciencia y la producción de libros especializados en ciencia sea sinónimo de la única forma válida de entender los fenómenos sociales. Lo lamento, porque escribir un libro de ficción o poesía requiere talento y muchos, muchos años de preparación. También, sé que falta mucho para comprender que la literatura es otra forma de enfrentar los fenómenos sociales...
Mientras, se deben buscar alternativas en el libro digital que me parece —por experiencia propia y ajena—de las mejores opciones para seguir vigente como escritor, motivando e interesando a lectores y produciendo libros.
Concluyo esta breve reflexión agradecida de poder seguir viviendo de mi escritura, lo considero un éxito personal y artístico en un país pobre, pobrísimo, en sus múltiples dimensiones, porque al escribir se asume la categoría relevante del rescate de la realidad para dejarla a quien quiera conocer el pasado en el futuro.
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