Las flores mueren en la madrugada ¿Quién ha tenido una verdad más real que el rostro de una flor? no quiero levantarme cada mañana e ir al fuerte y defenderlo soy una flor y la fe me tiene tomada de las manos, la fe me ha hecho un agujero en los ojos donde veo jardines con arañas tejiendo. La claridad alumbra los ojos de los insectos y sus ruinas, en al aire la claridad asoma los rostros de las hojas en la esquina de cada árbol y de cada flor que habla. Es un ciclo diminuto de vida, el sol amanece y respira en el rostro, la vida entiende todas las señales que suben por el cuerpo de los árboles y la quietud mueve en el viento a las hojas. Del poemario "Los niños que no fueron a la guerra" (2019)
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Liminar Cuando escribo un poema, el poema me ha convencido que debe ser inteligencia; entonces, ocurre algo parecido al silencio. Existe una imagen clara abriendo sus formas, formas de cosas que se nombran y acarician la mente. Alguna vez reuní piedras de muchas formas, todas con nombres específicos. Así escribí una sensación exacta como el cuerpo habitado exactamente por una piedra. Y, ahora, a esta hora que es la única hora posible, escribiré este libro lleno de formas con nombres de cosas. Cosas concretas como las piedras. Mi historia, tu historia; la historia misma de la poesía, es de descarriados. Es un tótem de sabiduría de civilizaciones y primitivos misterios. Es siempre detrás de la luz que se ha escrito el amor y la muerte. Si lees este libro y tus manos se desvanecen en la tibieza, reconoce la vida y la muerte con asombro. Quizá tengas una llave entre tus dedos o una sencilla llave tallada o quizá no tengas nada. También en mí puede que no haya...
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Fotografía: Lya Ayala Arteaga La sed del mar Llévame al mar moriré en pocos días. El deseo del hombre es mínima tristeza cuando vivía cerca de las rocas nunca supe que lloraban estaban tibias y entendían el rumor sé que lloraban porque en mi garganta escuchaba el sonido del agua. Llévame cerca del mar estoy viejo he recorrido la arena mil años he sentido en otros cuerpos el dolor de mi cuerpo es solo mío y eso hace mi dolor el único del mundo. (La lluvia es una ventana, 2020)
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Fotografía: Lya Ayala Arteaga. Cualquier puerta en silencio la llave abre suave cualquier puerta solo en silencio existe la posible causa y el origen donde abre los ojos el recién nacido donde caben los movimientos involuntarios y la espontaneidad del polvo en silencio repica el agua en el dorso del cuerpo abriendo paso a las mutilaciones del olvido donde recogen tibios el pasado y el presente un trozo de esquina en la mirada es en el silencio donde somos más libres menos escandalosos de uno y el otro quizá en esa partitura habita la refrescante ausencia el tintineo de estar quieto sin hacer nada el silencio sana el grito detrás del hombro y la perpetua necesidad humana por ahuecarse en el sonido.
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Fotografía: Lya Ayala Arteaga. Cuadro moderno Sí. Es cierto. He cambiado mis libros por la comodidad de mirar por la ventana, pero es mucho más que la simplicidad de las cosas que deambulan entre el escritorio la cama y la cocina. Posiblemente, ahora, no entiendas, la compleja situación de una mujer de cuarenta años remontando la escasez y la ternura. Está bien que me juzgues, ni pierdo nada ni ganas nada. Mi silueta robusta cerca del fuego y la comodidad de cualquier cosa. O casi. Mis ojos aman las circunstancias de las cosas, la perpleja transparencia de la comida sobre el mantel y los platos. Sí, es la pequeñez de la humanidad, pero. A veces, deberías quedarte quieto muy quieto frente a la ventana abierta de una casa, de un hogar tibiamente deco...
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Fotografía: Lya Ayala Arteaga. Culpa De pronto la necesidad de la forma en la que un poema llega, podría ser la necesidad de sobreponerse a la propia vida; porque el poema es otra vida en sí mismo, el poema es un yo. Pero limpio los azulejos del baño y el poema surge en su estructura completo y absoluto, recorre su esqueleto naciendo, es un ser vivo. Hace diez años cuidaba un hombre y no escribía porque la vida, hace diez años crecía el hijo amado y debía cuidarlo con ternura, sin miedos sin arrastrar su vida, esa de la niña que fui cuando el padre se va y la madre se queda, esa niña que aprende del abandono la forma del amor. Luego la edad y los libros se esconden, la mente está al borde sin poder vaciarse todas las vidas de los poemas se acongojan, estruj...