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Los albatros murieron en la boca

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  Las palabras vienen y se quedan mirando la línea cerrada de la boca y los albatros esas criaturas viejas, gigantes y casi extintas rozan este silencio en medio de la helada brisa en el roce del agua que sirve para muchas cosas o casi todas las cosas que los humanos aman. Vienen con sus alas ligeramente a cerrar los labios porque  hablar a los albatros puede volver peligrosa la furia del viento en la frente como el agua que corre siniestra entre la suciedad de la tierra hablar cobija el miedo adentro de la boca la lengua saborea esa silueta pesada y sigilosa entre el paladar y los dientes.   A pesar de la gigantesca ave revoloteando en mi boca he cerrado los ojos con miedo miedo a ese poder agazapado en la esquina de otro poder miedo de escribir que un albatros ha maldecido esta tierra.   Amó al pájaro que amó al hombre que lo mató con la ballesta , escribió Coleridge.       Fotografía: Lya Ayala Arteaga.  ...

Elogio de la tarde

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    El borde de las palabras las desordeno en los poemas que leo los poemas de mi tiempo donde todas las cosas hermosas fueron escritas me gusta el pasado con su trama brumosa y brillante sonrío ante el asombro de la especulación de los sentidos porque aquí en mi tiempo tan propenso a la dramática muerte de la tarde, la niebla cruje menos hermosa en el borde no entiendo la disonancia de las nuevas palabras, si adentro habita el viejo nombre terrible, dulce, asombroso y débil el tiempo es un compás de música perfecta en la esquina de la poesía que suena lenta en mi cabeza ahora mis ojos solo ven la tarde el brillo que salta de mis ojos y envejece el futuro no es más que el pasado de otro nombre he visto caer la neblina en mi rostro y escuchado otras voces más sabias y hermosas quizá las edades de las palabras me están nombrando ahora.     Fotografía: Lya Ayala Arteaga  

¿Qué significa ser un artista en esta pequeña nación?

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  ¿Qué significa ser un artista en esta pequeña nación? Esa pregunta me la hice hace unos cinco años, cuando estaba tentada a salir corriendo — nuevamente — hacia donde fuera, hacia cualquier lugar donde pudiera respirar y salirme del ahogo de mirar esas diminutas estaciones de estrechez en la cara de la gente. El ahogo era tal que terminé enfermando de aburrimiento y silencio. Escribí dos libros más. Luego hubo una rendija y decidí asomarme por ahí y correr tan lejos como pudiera, aunque la cultura es la cultura y la tradición suele apretar con fuerza despiadada. Luego, escribí un libro más a hurtadillas como si cometiera un pecado o un crimen. Entonces, decidí que las noches fueran intensas llenas de arte, arte y más arte, en silencio total y soledad absoluta. Así, recupere mi forma de ser porque ¿qué otra persona podría ser? Es posible que mi negación se debiera a varias circunstancias, creo firmemente que si me hubiera ido lejos tal vez, tal vez, tendría la vista refrescada p...
Poemas míos en la Revista El Escarabajo     https://elescarabajo.com.sv/creacion/poesia/poemas-de-lya-ayala-arteaga/  
 Las flores mueren en la madrugada ¿Quién ha tenido una verdad más real que el rostro de una flor? no quiero levantarme cada mañana e ir al fuerte y defenderlo soy una flor y la fe me tiene tomada de las manos, la fe me ha hecho un agujero en los ojos donde veo jardines con arañas tejiendo. La claridad alumbra los ojos de los insectos y sus ruinas, en al aire la claridad asoma los rostros de las hojas en la esquina de cada árbol y de cada flor que habla. Es un ciclo diminuto de vida, el sol amanece y respira en el rostro, la vida entiende todas las señales que suben por el cuerpo de los árboles y la quietud mueve en el viento a las hojas. Del poemario "Los niños que no fueron a la guerra" (2019)
  Liminar Cuando escribo un poema, el poema me ha convencido que debe ser inteligencia; entonces, ocurre algo parecido al silencio. Existe una imagen clara abriendo sus formas, formas de cosas que se nombran y acarician  la mente. Alguna vez reuní piedras de muchas formas, todas con nombres específicos. Así   escribí una sensación exacta como el cuerpo habitado exactamente por una piedra. Y, ahora, a esta hora que es la única hora posible, escribiré este libro lleno de formas con nombres de cosas. Cosas concretas como las piedras. Mi historia, tu historia; la historia misma de la poesía, es de descarriados. Es un tótem de sabiduría de civilizaciones y primitivos misterios. Es siempre detrás de la luz que se ha escrito el amor y la muerte. Si lees este libro y tus manos se desvanecen en la tibieza, reconoce la vida y la muerte con asombro. Quizá tengas una llave entre tus dedos o una sencilla llave tallada o quizá no tengas nada. También en mí puede que no haya...
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Fotografía: Lya Ayala Arteaga La sed del mar   Llévame al mar moriré en pocos días.   El deseo del hombre es mínima tristeza cuando vivía cerca de las rocas nunca supe que lloraban estaban tibias y entendían el rumor sé que lloraban porque en mi garganta escuchaba el sonido del agua.   Llévame cerca del mar estoy viejo he recorrido la arena mil años he sentido en otros cuerpos el dolor de mi cuerpo es solo mío y eso hace mi dolor el único del mundo. (La lluvia es una ventana, 2020)
 "Entre las ramas la risa de los árboles" Lya Ayala Arteaga (de poemario Verde, 1998)
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                                                          Fotografía: Lya Ayala Arteaga. Cualquier puerta en silencio la llave abre suave cualquier puerta solo en silencio existe la posible causa y el origen donde abre los ojos el recién nacido donde caben los movimientos involuntarios y la espontaneidad del polvo  en silencio repica el agua en el dorso del cuerpo abriendo paso a las mutilaciones del olvido donde recogen tibios el pasado y el presente un trozo de esquina en la mirada es en el silencio donde somos más libres menos escandalosos de uno y el otro quizá en esa partitura habita la refrescante ausencia el tintineo de estar quieto sin hacer nada el silencio sana el grito detrás del hombro y la perpetua necesidad humana  por ahuecarse en el sonido.
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                                                       Fotografía: Lya Ayala Arteaga. Cuadro moderno Sí. Es cierto. He cambiado mis libros por la comodidad de mirar por la ventana, pero es mucho más que la simplicidad de las cosas que deambulan entre el escritorio  la cama y la cocina. Posiblemente, ahora, no entiendas, la compleja situación de una mujer de cuarenta  años  remontando la escasez y la ternura. Está bien que me juzgues, ni pierdo nada ni ganas nada. Mi silueta robusta  cerca del fuego  y la comodidad de cualquier cosa. O casi. Mis ojos aman las circunstancias de las cosas, la perpleja transparencia  de la comida  sobre el mantel y los platos. Sí, es la pequeñez de la humanidad, pero. A veces, deberías quedarte quieto muy quieto frente a la ventana  abierta de una casa, de un hogar tibiamente deco...